miércoles, 9 de julio de 2008

Caramelos de frutilla para Foucault

Ierak pelaba papas en la cocina de su casa. El timbre sonó y ella siguió concentrada en su tarea. Fue, encendió el horno, y volvió a agarrar las papas. Entonces el timbre sonó de nuevo. Ierak levantó el tubo del teléfono y recitó un poema en francés. Fue esta tercera vez, que ella escuchó el timbre y se decidió a abrir la puerta. Encontró a Major sentado en el suelo leyendo a Derrida. Ella lo miró y volvió a cerrar la puerta. Apoyada en ésta, se miró las manos, como siempre lo hacía cuando pensaba algo importante. De nuevo la abrió y le preguntó a Major muy seriamente a quién prefería, si a Alberti o a Capusotto. Él le contestó que Sábato no puede ser considerado un escritor.
Una vez en la cocina, Ierak puso el arroz integral en una fuente, llevó a ésta al horno y empezó a cortar las papas. En tanto, Major tiró el libro en el tacho de basura, cerró la tapa y se sentó sobre él. Aburrido, le preguntó a Ierak si podía hacer mate; como ella no contestó, buscó la yerba y la metió en una cacerola. Ante la mirada de su novia, dijo que había propuesto preparar el mate por hastío pero que lo que el quería era té de violetas. Ierak le preguntó la hora y él le contestó que no acostumbraba llevar reloj, pero que podían encender la radio; si el programa de Dolina no había empezado, todavía no debían ser las doce. Ierak dijo que después de todo, eso no tenía importancia; tomó las papas que había cortado en pedazos chiquititos y las tiró a la basura. Fue hasta la heladera, sacó las zanahorias y empezó a cortarlas, casi con violencia, mucho más rápido que lo había hecho con las papas. Major se acercó a la ventana y mirando a través de ella, le preguntó cuál era su película favorita de Passolini. Ierak le comentó que había decidido no salir más con hombres; él dijo que le parecía acorde a un carácter épico como el suyo. Ierak se acercó y le dio un beso y le confesó divertida que ayer por la noche había visto el programa de Tinelli. Major volvió a mirar por la ventana. Ierak tomó las zanahorias y las tiró, tal como había hecho antes con las papas. Se acercó hasta donde él estaba y espalda contra espalda, le dijo lo sola que se sentía. Permanecieron así, inmóviles, en silencio, alrededor de un minuto seguido. Entonces, Ierak empezó a mirarse las manos y Major, sin siquiera haberla visto, le preguntó en qué estaba pensando, pero ella no le contestó. Cuando sintieron el olor a quemado, salieron de su ensimismamiento. Ierak le reprochó a Major el no haberle avisado que el arroz debía ya estar listo.
Se sentaron en el piso, con los platos delante de ellos y Major comenzó la oración. Padre Borges. Santificado, dijo Major; denostado, dijo Ierak. Silencio. Santificado, dijo Ierak; denostado, dijo Major. Silencio. Y los dos continuaron al unísono. Tu reino sea destruido, tu voluntad intentemos superar; y perdónanos por eso. Así como nosotros perdonamos a los simples mortales, ignorantes de tus escritos. Permanecieron en silencio. Ierak se miraba las manos y Major jugaba con su comida. Cuando el teléfono sonó, ella seguía en su contemplación; así que Major con desgano, se levantó y fue a atenderlo. Dijo que no, que estaba equivocado. Cuando ella preguntó quién había llamado, le dijo que era su papá que la buscaba. Cuando preguntó por qué no le había pasado, Major dijo que estaba cansado. Entiendo, respondió Ierak suspirando.
Mirando por la ventana, Major propuso ir al San Martín, a ver un ciclo de cine tailandés. La experiencia, dijo, sería más profunda todavía debido a que no iba a haber subtítulos. Ierak, viendo también por la ventana, reparó en la conveniencia de aprender pronto el japonés. Quedaron en silencio, hasta que él le preguntó que quería ser cuando fuera grande. Ierak respondió que por qué le hacía una pregunta tan estúpida e irrelevante. Después de todo, cuándo se deja de ser, cuándo una persona es un no-ser entre el ser que fue de chico y el ser que será de grande. Desde cuándo una cosa así podía decidirse.
Major se quedó mirando las manos de ella.


Buscaron una tijera y sentados en el suelo, comenzaron a cortar los apuntes de sus clases, después de haber llegado a la conclusión de que debían comprar los libros y ya no fotocopias. Cuando Ierak preguntó cómo harían para comprarlos, Major le reprochó el hacer una pregunta de corte imperialista. Permanecieron así, cortando en silencio.
¿Querés que te comprenda?, ¿querés que te use?, yo quiero que me beses, dijo Major. Ierak respondió que quería caramelos de frutilla. Él salió dispuesto a comprarlos; ella puso una película de Fellini y se sentó en el sillón. Al instante, Major volvió, con las manos vacías, y se sentó junto a ella.

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